Infelicidad

Toda infelicidad necesita un pasado. Es imprescindible haber vivido una experiencia o situación que nos haya hecho daño, lo cual es doblemente lamentable pues significa que además del daño inicial, hemos apreciado y juzgado ese evento llegando a una conclusión negativa. Ojo, el evento no opina, no dice nada, hemos sido nosotros quienes siguiendo la escala de valores éticos y morales imperantes en nuestra sociedad de referencia, hemos sentenciado algo como malo y dañino, es más, y aquí ya sería triplemente grave; acabamos de otorgar a un evento externo la capacidad de hacernos sentir bien o mal... acabamos de renunciar a otro pedacito de bienestar emocional.



La infelicidad, la tristeza, la melancolía, no son malas por sí mismas, basta que no ocupen el centro de nuestra vida y condicionen todo lo que hacemos. Incluso, hay que decir, que son básicas para la supervivencia humana; ante la pérdida de un ser querido o ante una circunstancia realmente adversa es lícito, emotivamente hablando, estar tristes. Uno tiene derecho a estar infeliz si así se lo pide su cuerpo, sabio transmisor de las pruebas que su alma le pide pasar, porque a fin de cuentas de eso estamos hablando; de estados de consciencia inducidos por los que debemos atravesar en esta vida para apropiarnos de esa experiencia y crecer interiormente. En este punto, alejaos de los que os dan palmaditas en la espalda y os dicen que "todo va a salir bien" mientras te llevan de copas. No va a salir nada bien hasta que no asumas en tu cuerpo físico y emocional el trance que estás viviendo. En alquimia a ese proceso se le llama "atravesar el fuego", que en castellano viene a decir que ante una situación supuestamente negativa como la que estamos tratando, la mejor manera de llevarla no es negándola ni escondiéndola sino acogiéndola e integrándola como parte intrínseca de lo que somos; seres humanos con capacidad para sentir emociones y transformarlas, quemándonos con el fuego renovador. Se trata de pasar el luto por el hecho acontecido, de asegurarse que el daño momentáneo se queda ahí en el pasado donde le corresponde y que no nos va a acompañar el resto de la vida en forma de rencor, rabia, arrepentimiento...
Una vez superado el trauma todo vuelve a su cauce y el estado alterado de las emociones recobran equidad y armonía, despacio, con tiempo, lento pero seguro. Poco a poco, el inconsciente abre la mano y permite el regreso de una felicidad renovada, curtida por la realidad, más madura y por ende más valiosa.

Feliz semana.

#SalvadorAlbedo



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