Un día tipo en la avenida Poh

En un día tipo... Milou se despierta al alba ya cansada. En automático, se suceden las cadencias de cada mañana; ducha rápida, café con leche y una magdalena mientras se viste el uniforme de súper mando intermedio, mega responsable de área en una multinacional de servicios de nombre inglés.

No tiene hijos que cuidar ni marido que atender, eligió su carrera, quería llegar lejos, aunque, de momento, embotellada en el follón de las 7:30, cuenta los minutos que pasan veloces como si fueran los dígitos de un taxímetro. "No pienso llegar tarde" se dice, mientras oye en la radio las últimas noticias. A menos cuarto, la llamada matutina de su compañera de despacho preguntándole algo de la reunión de ayer.

Consigue aparcar en la paralela de la avenida Poh, a trescientos metros de la entrada de su oficina. Sortea una par de familias ruidosas,  un repartidor de pan, un ciclista por la acera y el eterno mendigo que siempre está pidiendo en la puerta. Por fin llega a su enorme mesa y allí se encuentra una docena de notas de su aún más alto responsable pidiéndole respuestas a enigmas comerciales. Ciento cincuenta correos electrónicos por abrir no le causan ningún pavor, sólo una llamada perdida de un tal Carlos le hace contener el aliento...

Son las 8:03 de la mañana, Sandra, la responsable de clientes, le hace un gesto desde el otro lado del pasillo y Milou entiende al vuelo; un café de máquina y los últimos chismorreos de la office.


En un día tipo... Milou se despierta re-apropiandose de su cuerpo muy lentamente. Bostezos, estiramientos, estrujamiento de almohada, preparados, listos, ¡ya! Salto olímpico de los de medalla con destino hacia una ducha revitalizante que la deja como nueva. A continuación, abre la puerta de su armario y ante sus verdes ojos aparece el gran bazar de Estambul; cientos de vestidos y complementos de colores que parecen competir entre ellos por ser los elegidos; "Hoy me siento de ir de azul y amarillo, humm a ver, aver..."

A Milou le encanta desayunar en la cafetería de Marcos, tiene los mejores churros con chocolate del mundo, aunque hoy, se decide por un suculento cruasán a la plancha y un té con naranja. "Riquísimo Marcos, cada día está más bueno, me llevo uno envuelto, que tengas un buen día", "gracias guapísima, que te aproveche ese también a media mañana" responde cantarín, el hacedor de brioches. Así, con los sentidos culinarios momentáneamente calmados, Milou emprende camino a su quehacer diario. 

El metro está hasta arriba, como cada día, por eso Milou se sube siempre en el último vagón. Primero, chequea la calidez de almas con las que comparte espacio por si reconoce alguna. Si así es, en seguida se preguntan cómo están, de lo contrario, una buena lectura ameniza las doce estaciones del suburbano hasta su destino: el quiosco-librería de la avenida Poh. 

Son las 8:35 de la mañana. Milou se deja regalar la mirada radiante de un ciclista en traje espacial en fase de despegue desde la acera, mientras aspira encantada el perfume a pan recién hecho que lleva un repartidor y espera, con paciencia expectante que una familia apresurada deje algo de espacio para pasar. Un nuevo mensaje que le confirma su decisión de vivir de otra manera, sin hijos, piensa. Por último, antes de abrir su negocio, se acerca a Don Felipe, un señor de barba blanca y verbo florido que desde hace un lustro pide en la esquina de frente al quiosco de Milou. "Tenga Felipe, hoy lleva queso y bacon" le dice Milou al viejo entregándole la pasta envuelta. "y esto para el café, que sé que le gusta caliente" 

"Un nuevo y hermoso día está a mis pies ¡adelante!" se dice Milou al tirar con fuerza el cierre de su puesto de revistas, libros y flores. Mientras despacha los primeros clientes, un mensaje llega a su móvil: "No puedo olvidar el fin de semana, me preguntaba si tienes planes para esta noche...Carlos"


#SalvadorAlbedo


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